Desde el momento en que se perdió la capacidad para escribir lalengua egipcia en jeroglíficos, éstos se transformaron en un «secreto» quegeneraciones de estudiosos lucharon por desvelar. Así fue hasta 1822,cuando Champollion consiguió penetrar en él y abrir de nuevo la cultu-ra escrita faraónica al escrutinio y estudio de los historiadores. Este he-cho, unido a los abundantes textos dejados por aquélla, ha sesgadohasta cierto punto el modo en el que los egiptólogos se han acercadosiempre a la cuestión de cómo presentar el objeto de su estudio: los do-cumentos escritos eran prácticamente la única referencia utilizada, con-siderando a la arqueología más como una herramienta destinada aproporcionar inscripciones u objetos artísticos (entendidos como ma-nifestaciones de la potencia cultural de los faraones) que como unafuente de información en sí misma. Matizada apenas por la historia delarte y su interés por los artefactos, esta tendencia ha continuado hastanuestros días y ha hecho de la egiptología una disciplina atrasada meto-dológicamente respecto a otros campos de estudio del pasado. Esta cir-cunstancia queda reflejada en los no muy abundantes manuales quesobre ella se han escrito, donde el hincapié se ha hecho, sobre todo, enlos textos y la información fáctica que describen, apenas incidiendo enlas circunstancias sociales o económicas que de ellos se desprenden.